Pedro y Juan eran personas sin estudios ni preparación. Por eso, al ver la valentía con que ellos hablaban, los gobernantes se quedaron asombrados. Reconocieron que habían estado con Jesús.
En todo caso, Pablo y Bernabé pasaron allí bastante tiempo. Hablaban valientemente en el nombre del Señor, quien confirmaba el mensaje de su inmerecido amor. Lo confirmaba haciendo milagros y maravillas por medio de ellos.
Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y predicaban la palabra de Dios sin ningún temor.
Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que por medio de mí se anunciara el mensaje y lo oyeran todos los que no creen en Dios. El Señor me salvó, como quien es librado de la boca de un león.
Pablo y Bernabé les contestaron valientemente: «Era necesario que les anunciáramos la palabra de Dios primero a ustedes. Como la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, ahora vamos a dirigirnos a los que no son judíos.
Entonces Bernabé lo tomó a su cargo y lo llevó a los apóstoles. Bernabé les contó con detalle que Saulo había visto al Señor en el camino y le había hablado. Les contó que Saulo había predicado en Damasco y que lo hizo con libertad en el nombre de Jesús.
Y saben también que, a pesar de los sufrimientos y los insultos que antes recibimos en Filipos, nuestra confianza en nuestro Dios creció. Por eso nos atrevimos a comunicarles la buena noticia en medio de una gran lucha.
Después de nuevas amenazas, los dejaron irse. Por causa de la gente, no hallaban manera de castigarlos. Todos alababan a Dios por lo que había sucedido.
El rey conoce bien estas cosas, y por eso hablo ante él con tanto atrevimiento. Estoy convencido de que conoce todo esto, porque no sucedió en un rincón secreto.