―Con firmeza les hemos prohibido enseñar en ese nombre. Sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas. Además, se han propuesto echarnos la culpa a nosotros de la muerte de ese hombre.
Ustedes comenzaron a anunciar el mensaje del Señor no solo en Macedonia y en Acaya, sino en todo lugar. La fe que ustedes tienen en Dios es tan conocida en esos lugares que ya no es necesario que nosotros digamos nada.
Después de nuevas amenazas, los dejaron irse. Por causa de la gente, no hallaban manera de castigarlos. Todos alababan a Dios por lo que había sucedido.
Por eso, ordene usted que se selle la tumba hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, se roben el cuerpo y le digan al pueblo que ha resucitado. Ese último engaño sería peor que el primero.
Y ustedes, amos, traten a sus esclavos de la misma manera, dejen de amenazarlos. Recuerden que tanto ellos como ustedes tienen en el cielo un mismo Amo, que es el Señor, y que con él no hay favoritismos.