Allí encontramos a los discípulos y nos quedamos con ellos siete días. Ellos, advertidos por el Espíritu del peligro que corría, le dijeron a Pablo que no subiera a Jerusalén.
Pero nosotros salimos en barco de Filipos después de la fiesta de los Panes sin levadura. A los cinco días nos reunimos con los otros en Troas, y nos quedamos allí siete días.
Por este motivo corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no dijo que no moriría, sino solamente: «Si quiero que él permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti, qué?».
Los creyentes de Roma, habiéndose enterado de nuestra situación, salieron hasta el Foro de Apio y Tres Tabernas a recibirnos. Al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimo.
―Nosotros no hemos recibido ninguna carta de Judea que tenga que ver contigo —le contestaron ellos—. Tampoco ha llegado ningún judío de allá con malos informes o que haya hablado mal de ti.
Quiero que sepan, hermanos en la fe, que muchas veces me he propuesto ir a visitarlos, pero me ha sido imposible. Me gustaría ir para hablarles, y así fortalecer a unos y convencer a otros, tal como lo he hecho entre las otras naciones.