Después de subirlo a bordo, amarraron con sogas todo el casco del barco para reforzarlo. Y, como tenían miedo de que el barco fuera a quedar atrapado en los bancos de arena de la Sirte, bajaron las velas y dejaron que el viento los llevara a donde fuera.
Tuvieron miedo de que fuéramos a estrellarnos contra las rocas. Por eso echaron cuatro anclas por la parte trasera del barco, y se pusieron a rogar que amaneciera.