Pero ahora les aconsejo cobrar ánimo, porque ninguno de ustedes perderá la vida. Solo se perderá el barco.
Todos se animaron y también comieron.
Así que, ¡ánimo, señores! Confío en Dios que sucederá tal y como se me dijo.
Les ruego que coman algo, pues lo necesitan para sobrevivir. Ninguno de ustedes perderá ni un solo cabello de la cabeza».
A los demás les dijo que salieran agarrados de tablas o de restos del barco. De esta manera todos llegamos sanos y salvos a tierra.
Entonces Pablo les dijo al capitán y a los soldados: «Si esos no se quedan en el barco, no podrán salvarse ustedes».
A la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo: «¡Ánimo! Así como has hablado de mí en Jerusalén, es necesario que lo hagas también en Roma».