Descubrí que lo acusaban de algunas cuestiones de su Ley. Pero no había contra él alguna acusación que mereciera la muerte o la cárcel.
Al retirarse, decían entre sí: ―Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte ni la cárcel.
He llegado a la conclusión de que él no ha hecho nada que merezca la muerte. Pero, como él pidió que el césar lo juzgara, he decidido enviarlo a Roma.
Pero, como se trata de cuestiones de palabras, de nombres y de su propia ley, arréglense entre ustedes. No quiero ser juez de tales cosas.
Estos me interrogaron y quisieron soltarme, pues no era culpable de ningún delito que mereciera la muerte.
Si soy culpable de haber hecho algo que merezca la muerte, no me niego a morir. Pero, si no son ciertas las acusaciones que presentan contra mí, nadie tiene el derecho de entregarme a ellos para verlos contentos. ¡Que el mismo césar me juzgue!