En su mano derecha tenía siete estrellas. De su boca salía una aguda espada de dos filos. Su rostro era como el sol cuando brilla en todo su esplendor.
Se produjo entonces un gran alboroto. Algunos de los maestros de la Ley que eran fariseos se pusieron de pie y dijeron: «Este hombre no ha hecho nada malo. Es probable que un espíritu o un ángel le haya hablado».