Él contestó: ―Amigos israelitas y líderes del pueblo, ¡escúchenme! El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham. Lo hizo cuando este aún vivía en Mesopotamia, antes de irse a vivir en Jarán.
Más bien, reconozcan en su corazón a Cristo como Señor. Estén siempre listos para responder a todo el que les pida una explicación de la confianza que tienen en Dios.
Y está bien que yo piense así de todos ustedes porque los llevo en el corazón. Dios me dio el inmerecido privilegio de anunciar la buena noticia, y ustedes me han ayudado a hacerlo. Lo han hecho mientras he estado en la cárcel o he tenido que defender y confirmar la buena noticia.
A lo mejor están pensando que ahora nos estamos disculpando. ¡Dios es testigo de que no es así, porque nosotros pertenecemos a Cristo! Todo lo que hacemos, queridos hermanos en la fe, es para que su fe sea cada vez más fuerte.
¿Cuál ha sido el resultado de esta tristeza que Dios les causó? Pues ustedes se esforzaron grandemente en pedirme disculpas. Con tal de que se hiciera justicia, ustedes mostraron enojo, temor, deseo, preocupación y ganas. En todo han demostrado su inocencia en este asunto.
Ellos saben si están haciendo lo bueno o lo malo. En su mente juzgan si algo está bien o mal. Ellos demuestran por su conducta que llevan la Ley escrita en su mente.
Tres días más tarde, Pablo invitó a los dirigentes de los judíos. Cuando estuvieron reunidos, les dijo: ―Amigos israelitas, yo no he hecho nada contra mi pueblo ni contra las costumbres de nuestros antepasados. Sin embargo, los judíos me arrestaron en Jerusalén y me entregaron a los romanos.
Entonces el gobernador, con un gesto, le dio la palabra a Pablo. Este respondió: ―Sé que desde hace muchos años usted ha sido juez de esta nación. Es por eso que me da gusto presentar mi defensa ante usted.
Pablo, sabiendo que algunos de ellos eran saduceos y los demás fariseos, alzó su voz y dijo ante el tribunal: ―Amigos israelitas, yo soy fariseo de pura cepa. Me están juzgando porque he puesto mi esperanza en la resurrección de los muertos.
Los judíos empujaron a un tal Alejandro hacia adelante, y algunos de entre la gente lo sacaron para que tomara la palabra. Él agitó la mano para pedir silencio y presentar su defensa ante el pueblo.
»Amigos israelitas, descendientes de Abraham, pongan atención. Y ustedes también, los no judíos que respetan a Dios, escuchen: a nosotros se nos ha enviado este mensaje de salvación.