Pero los judíos, llenos de envidia, reunieron a unos maleantes callejeros. Con ellos organizaron un grupo de alborotadores e hicieron gran escándalo en la ciudad. Asaltaron la casa de Jasón en busca de Pablo y Silas, para que el pueblo los juzgara en público.
Al día siguiente, Agripa y Berenice se presentaron con gran pompa. Entraron en la sala acompañados por oficiales de alto rango. También los acompañaban las personas más distinguidas de la ciudad. Festo mandó que le trajeran a Pablo.
Entonces Félix, que estaba bien informado de todo lo referente al mensaje de Jesús, suspendió la reunión. ―Cuando venga el comandante Lisias, decidiré su caso —les dijo.
Tal y como están las cosas, con lo sucedido hoy corremos el riesgo de que nos acusen de alborotar a la gente. ¿Qué razón podríamos dar de este alboroto, si no hay ninguna?