Cuando terminó la reunión, muchos judíos y extranjeros que habían aceptado la religión judía acompañaron a Pablo y a Bernabé. Ellos, por su parte, los animaron a seguir confiando en el inmerecido amor de Dios.
Sin embargo, había entre ellos algunas personas de Chipre y de Cirene. Estas personas llegaron a Antioquía y comenzaron a hablarles también a los de habla griega. Les anunciaron la buena noticia acerca del Señor Jesús.
Sus cadáveres quedarán tendidos en la plaza de la gran ciudad, donde fue crucificado su Señor. A esta ciudad se le da el nombre simbólico de Sodoma y Egipto.
Les escribo a todos ustedes, que están en Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a ser parte de su pueblo santo. Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les permitan gozar de su inmerecido amor y de su paz.
Los creyentes de Roma, habiéndose enterado de nuestra situación, salieron hasta el Foro de Apio y Tres Tabernas a recibirnos. Al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimo.
Allí se encontró con un judío llamado Aquila, natural del Ponto, y con su esposa Priscila. Hacía poco habían llegado de Italia, porque Claudio había mandado que todos los judíos fueran expulsados de Roma. Pablo fue a visitarlos
En la iglesia de Antioquía había profetas y maestros. Entre ellos estaban Bernabé y Simeón, apodado el Negro. También estaban Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado con el gobernador Herodes, y Saulo.
Con él se pusieron a discutir unos hombres de la sinagoga llamada de los Libertos. Entre ellos había judíos de Cirene y de Alejandría, de Cilicia y de la provincia de Asia.
Esta propuesta agradó a toda la asamblea. Eligieron a Esteban, un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo. Además, eligieron a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás. Este último era de Antioquía y se había convertido al judaísmo.
A la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo: «¡Ánimo! Así como has hablado de mí en Jerusalén, es necesario que lo hagas también en Roma».
»¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, hipócritas! Recorren tierra y mar para ganar un solo convertido y, cuando lo han logrado, lo hacen dos veces más merecedor del infierno que ustedes.
Creta y Arabia. Algunos somos judíos y otros nos hemos convertido al judaísmo. Sin embargo, ¡todos por igual los oímos anunciar en nuestra propia lengua las maravillas de Dios!».