Adoraron al dragón porque había dado su autoridad a la bestia. También adoraron a la bestia y decían: «¡No hay nadie como la bestia! ¿Quién se atreve a luchar contra ella?».
Les consta además que el tal Pablo ha logrado convencer a mucha gente no solo en Éfeso, sino en casi toda la provincia de Asia. Él dice que no son dioses los que se hacen con las manos.
Los judíos empujaron a un tal Alejandro hacia adelante, y algunos de entre la gente lo sacaron para que tomara la palabra. Él agitó la mano para pedir silencio y presentar su defensa ante el pueblo.
El secretario del concejo municipal logró calmar a la gente y dijo: ―Ciudadanos de Éfeso, ¿acaso no sabe todo el mundo que la ciudad de Éfeso es guardiana del templo de la gran Artemisa y de su estatua bajada del cielo?