Incluso algunas autoridades de la provincia, que eran amigos de Pablo, le enviaron un mensaje. Le rogaban que no se arriesgara a entrar en el teatro.
Así lo hizo durante dos años, de modo que todos los judíos y los griegos que vivían en la provincia de Asia llegaron a escuchar el mensaje del Señor.
Al oír esto, nosotros y los de aquel lugar le rogamos a Pablo que no subiera a Jerusalén.
Atravesaron la región de Frigia y Galacia, ya que el Espíritu Santo les había impedido que predicaran la palabra en la provincia de Asia.
Un hombre que tenía lepra se le acercó y, de rodillas, le suplicó: ―Si quieres, puedes sanarme.
En seguida toda la ciudad se alborotó. Todos fueron al teatro, y agarraron a Gayo y a Aristarco. Ellos eran de Macedonia y acompañaban a Pablo en su viaje.
Pablo quiso presentarse ante la gente y hablarles, pero los discípulos no se lo permitieron.
Había confusión en la asamblea. Cada uno gritaba una cosa distinta, y la mayoría ni siquiera sabía para qué se habían reunido.