En seguida toda la ciudad se alborotó. Todos fueron al teatro, y agarraron a Gayo y a Aristarco. Ellos eran de Macedonia y acompañaban a Pablo en su viaje.
Lo acompañaron Sópater hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo, de Derbe; Timoteo; y, por último, Tíquico y Trófimo, de la provincia de Asia.
Aristarco, mi compañero de cárcel, les manda saludos, como también Marcos, el primo de Bernabé. En cuanto a Marcos, ustedes ya han recibido instrucciones; si va a visitarlos, recíbanlo bien.
Subimos a bordo de un barco del puerto de Adramitio, que estaba a punto de salir hacia los puertos de la provincia de Asia. Nos acompañaba Aristarco, un macedonio de Tesalónica, y con él comenzamos el viaje.
Pero yo creo que, a nosotros los apóstoles, Dios nos ha hecho desfilar en el último lugar, como los condenados a muerte. Hemos llegado a ser un espectáculo para todo el universo, tanto para los ángeles como para el mundo entero.
Saludos de parte de Gayo, de cuya hospitalidad disfrutamos yo y toda la iglesia de este lugar. También les mandan saludos Erasto, que es el tesorero de la ciudad, y Cuarto, nuestro hermano en la fe. Que el amor inmerecido de nuestro Señor Jesucristo sea con todos ustedes. Amén.
Además, las iglesias lo eligieron para que nos acompañe cuando llevemos la ofrenda. Y lo hacemos para honrar al Señor y demostrar nuestro gran deseo de servir.
Después de todo lo ocurrido, Pablo tomó la decisión de ir a Jerusalén. De camino, pasó por Macedonia y Acaya. Y decía a todos: «Después de estar en Jerusalén, tengo que visitar Roma».