―Este hombre —dijeron ellos— anda convenciendo a la gente de adorar a Dios de una manera que va en contra de nuestra ley.
Pablo se defendía: ―No he cometido ninguna falta contra la Ley de los judíos ni contra el Templo ni contra el césar.
Gritaban: «¡Israelitas! ¡Ayúdennos! Este es el hombre que anda por todas partes enseñando en contra de nuestro pueblo, nuestra Ley y este lugar. Ahora ha metido a unos griegos en el Templo. No tiene respeto por este lugar santo».
Presentaron testigos falsos, que declararon: «Este hombre no deja de hablar contra este lugar santo y contra la Ley.
Pero, como se trata de cuestiones de palabras, de nombres y de su propia ley, arréglense entre ustedes. No quiero ser juez de tales cosas.
Todos los sábados discutía en la sinagoga, tratando de convencer a judíos y a griegos.
―Nosotros tenemos una Ley. Según esa Ley, debe morir, porque se ha hecho pasar por Hijo de Dios —insistieron los judíos.