Al amanecer, los jueces mandaron a unos guardias al carcelero con esta orden: «Suelta a esos hombres».
Entonces llamaron a los apóstoles y, luego de azotarlos, les ordenaron que no hablaran más en el nombre de Jesús. Después de eso los soltaron.
Después de nuevas amenazas, los dejaron irse. Por causa de la gente, no hallaban manera de castigarlos. Todos alababan a Dios por lo que había sucedido.
»Pero, cuando los lleven a juicio ante las sinagogas, los gobernantes y las autoridades, no se preocupen de cómo van a defenderse o qué van a decir.
El carcelero los llevó a su casa y les sirvió comida. Él y toda su familia estaban muy felices, porque habían creído en Dios.
El carcelero, entonces, le informó a Pablo: ―Los jueces han ordenado que los suelte. Así que pueden irse. Vayan en paz.
Los guardias comunicaron la respuesta a los jueces. Estos se asustaron cuando oyeron que Pablo y Silas eran ciudadanos romanos.