Al llegar a Iconio, Pablo y Bernabé entraron juntos en la sinagoga judía. Allí hablaron de tal manera que una gran cantidad de judíos y de griegos creyó.
Pablo y Bernabé les contestaron valientemente: «Era necesario que les anunciáramos la palabra de Dios primero a ustedes. Como la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, ahora vamos a dirigirnos a los que no son judíos.
Les digo la verdad, no me avergüenzo del mensaje de la buena noticia. Es un mensaje con el poder de Dios para la salvación de todos los que creen: primero de los judíos, pero también de los no judíos.
Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia. También creyeron y fueron bautizados muchos de los corintios que oyeron a Pablo.
Algunos de los judíos se convencieron y se unieron a Pablo y a Silas. También se les unieron un buen número de mujeres prominentes y muchos griegos que adoraban a Dios.
Cuando terminó la reunión, muchos judíos y extranjeros que habían aceptado la religión judía acompañaron a Pablo y a Bernabé. Ellos, por su parte, los animaron a seguir confiando en el inmerecido amor de Dios.
Gritaban: «¡Israelitas! ¡Ayúdennos! Este es el hombre que anda por todas partes enseñando en contra de nuestro pueblo, nuestra Ley y este lugar. Ahora ha metido a unos griegos en el Templo. No tiene respeto por este lugar santo».
Así que hablaba en la sinagoga con los judíos y con los griegos que adoraban a Dios. También iba todos los días a la plaza y hablaba con los que estaban por allí.
Pablo llegó a Derbe y después a Listra. Allí se encontró con un discípulo llamado Timoteo, que era hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego.
«¿Y este a dónde piensa irse que no podamos encontrarlo? —comentaban entre sí los judíos—. ¿Será que piensa ir a nuestra gente dispersa entre las naciones, para enseñar a los griegos?
En esta nueva manera de vivir no importa si eres griego o judío, si estás circuncidado o no lo estás, si eres extranjero o un salvaje, si eres esclavo o eres libre. Cristo es todo lo que importa, y él vive en todos nosotros.
En eso llegaron de Antioquía y de Iconio unos judíos que hicieron cambiar de parecer a la gente. Apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, creyendo que estaba muerto.
Conoces bien cómo me han perseguido y hecho sufrir mis enemigos. Estás enterado de lo que sufrí en Antioquía, Iconio y Listra, y de los maltratos que soporté. Pero de todo eso me protegió el Señor.