Pero aquel a quien Dios resucitó no sufrió la descomposición de su cuerpo.
Pero Dios lo levantó de entre los muertos.
Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de las ataduras de la muerte. ¡Era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio!
No dejarás que mi vida termine en la tumba. No permitirás que el cuerpo de tu elegido se descomponga.
Y él ha cumplido esa promesa con nosotros, que somos sus descendientes. La cumplió al resucitar a Jesús. Como está escrito en el segundo salmo: »“Tú eres mi Hijo; hoy mismo me he convertido en tu Padre”.