Por segunda vez insistió la voz del cielo: “Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro”.
Sin hacer distinción alguna entre nosotros y ellos, purificó sus corazones por medio de la fe.
Pues Dios ha dicho que esos alimentos son buenos y, cuando oramos por ellos, Dios los purifica.
Entonces les habló así: ―Ustedes saben muy bien que nuestra Ley prohíbe que un judío se junte con un extranjero o lo visite. Pero Dios me ha hecho ver que no debo rechazar a nadie ni llamarlo impuro.
Por segunda vez le insistió la voz: ―Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro.
Porque no entra en su corazón, sino en su estómago, y después sale del cuerpo. Con esto Jesús declaraba limpios todos los alimentos.
Contesté: “¡De ninguna manera, Señor! Jamás ha entrado en mi boca algo impuro o prohibido por nuestra Ley”.
Esto sucedió tres veces, y luego todo volvió a ser llevado al cielo.