Saludos de parte de todos los creyentes, especialmente los que trabajan al servicio del césar de Roma.
Es más, los soldados que vigilan el palacio, y todos los demás, saben que estoy preso por servir a Cristo.
Todos los creyentes les mandan saludos.
Salúdense unos a otros con un beso santo. Todas las iglesias de Cristo les mandan saludos.
Saludos de parte de los que aquí en Babilonia creen en Cristo y han sido elegidos como ustedes. También reciban saludos de Marcos, quien es como un hijo para mí.
Saluden a todos sus dirigentes y a todos los creyentes. Los de Italia les mandan saludos.
Entonces Ananías respondió: ―Señor, he oído decir que ese hombre ha causado mucho daño a los que creen en ti en Jerusalén.
Espero verte muy pronto, y entonces hablaremos personalmente.
Y, si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué hacen de extraordinario ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los incrédulos?
Lo que más los entristecía era su declaración de que ellos no volverían a verlo. Luego lo acompañaron hasta el barco.