Después de esto miré, y apareció una gran cantidad de personas. Era gente de todas las naciones, tribus, pueblos e idiomas. Eran tantas personas que nadie podía contarlas. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de ropas blancas y con ramas de palma en la mano.
Entonces uno de los líderes me dijo: «¡Deja de llorar! ¡El león de la tribu de Judá, el heredero al trono de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y romper sus siete sellos».
El trono estaba rodeado por otros veinticuatro tronos. En estos estaban sentados veinticuatro líderes vestidos de blanco y con una corona de oro en la cabeza.
Por eso Jesús, que seguía enseñando en el Templo, dijo: ―¡Con que ustedes me conocen y saben de dónde vengo! No he venido por mi propia cuenta, sino que me envió uno en quien se puede confiar. Ustedes no lo conocen,
Al ver esto, Pedro les dijo: «Israelitas, ¿por qué les sorprende lo que ha pasado? ¿Por qué nos miran como si, por nuestro propio poder o virtud, hubiéramos hecho caminar a este hombre?