Sus puertas nunca se cerrarán, pues no habrá noche, siempre será de día.
Ya no habrá noche. No necesitarán la luz del sol ni la luz de una lámpara, porque el Señor Dios los alumbrará. Y reinarán para siempre.
La ciudad no necesita ni sol ni luna que la alumbren. Porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara.
Tenía una muralla grande y alta, y doce puertas. En cada puerta había un ángel, y en cada una estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel.
El ángel que hablaba conmigo llevaba una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla.