Ni siquiera el arcángel Miguel se atrevió a pronunciar contra el diablo una maldición. Pues, cuando Miguel peleaba con el diablo por el cuerpo de Moisés, solo se atrevió a decirle: «¡Que el Señor te reprenda!».
Dios ni siquiera perdonó a los ángeles cuando pecaron. Al contrario, los arrojó al abismo, donde reina la oscuridad. Allí estarán encadenados hasta el día del juicio.
Porque nuestra lucha no es contra gente de esta tierra, sino contra fuerzas espirituales malignas que actúan en el reino espiritual. Luchamos contra gobernantes, autoridades y poderes que no son de este mundo y tienen dominio sobre las tinieblas.
Así fue expulsado del cielo el gran dragón, es decir, esa serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. El dragón y sus ángeles fueron lanzados a la tierra.
Y a ustedes que sufren, les dará descanso, lo mismo que a nosotros. Esto sucederá cuando el Señor Jesús regrese, cuando aparezca en el cielo entre llamas de fuego, con sus poderosos ángeles.
Para evitar que me volviera orgulloso por estas revelaciones extraordinarias, llevo en mi cuerpo un sufrimiento. Es como una espina que me fue clavada en el cuerpo. Es algo que Satanás usa para hacerme sufrir.
Todo existe para y por medio de Dios, quien tiene el propósito de hacer que muchos de sus hijos compartan su gloria. Para lograrlo, Dios tenía que hacer perfecto a Cristo por medio del sufrimiento, para que así él nos salvara.