Queridos hermanos en la fe, esta es ya la segunda carta que les escribo. En las dos he procurado refrescarles la memoria para que puedan pensar de manera honesta.
Acuérdense de los presos, como si ustedes fueran sus compañeros de cárcel. También acuérdense de los que son maltratados, como si fueran ustedes mismos los que sufren.
Y está bien que yo piense así de todos ustedes porque los llevo en el corazón. Dios me dio el inmerecido privilegio de anunciar la buena noticia, y ustedes me han ayudado a hacerlo. Lo han hecho mientras he estado en la cárcel o he tenido que defender y confirmar la buena noticia.