Nosotros les tenemos un gran cariño, y nos da alegría compartir con ustedes no solo la buena noticia de Dios, sino también nuestra vida. ¡Tanto llegamos a quererlos!
Por eso les escribo todo esto en mi ausencia, para que cuando vaya no tenga que ser estricto en el uso de mi autoridad. El Señor me ha dado esa autoridad para fortalecer su fe, no para destruirla.
Así que, a pesar de que les escribí, no fue por causa del ofensor ni del ofendido. Más bien fue para que delante de Dios se dieran cuenta por ustedes mismos de cuánto interés tienen en nosotros.
Pues lo que Cristo ha hecho en sus vidas todos lo pueden ver, y saben que fue gracias al mensaje que nosotros les anunciamos. Así que ustedes son nuestra carta de recomendación, escrita en nuestro corazón.
Y está bien que yo piense así de todos ustedes porque los llevo en el corazón. Dios me dio el inmerecido privilegio de anunciar la buena noticia, y ustedes me han ayudado a hacerlo. Lo han hecho mientras he estado en la cárcel o he tenido que defender y confirmar la buena noticia.