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Referencias Cruzadas

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2 Corintios 3:6

Nueva Versión Internacional 2019 (simplificada - Nuevo Testamento)

Él nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto. No es el pacto de leyes escritas, que nos condena a muerte, sino el pacto que da vida por medio del Espíritu.

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45 Referencias Cruzadas  

El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida.

Pero ahora, esos deseos no nos dominan. Es como si hubiéramos muerto, quedando libres de la Ley, para servir a Dios. Ahora servimos a Dios con el nuevo poder que nos da el Espíritu. Ya no lo hacemos como antes, obligados a obedecer mandamientos escritos.

Pues, al estar unidos a él, el Espíritu nos da vida y nos libera del control del pecado y de la muerte.

Han llegado hasta Jesús, y por medio de él Dios ha hecho un nuevo pacto con ustedes. Y todo gracias a la sangre que él derramó al morir. Esa sangre es mejor que la de Abel, porque su sangre pide venganza, pero la de Jesús ofrece perdón.

Por tanto, Jesús ha llegado a ser el que garantiza un pacto superior.

Sin embargo, hasta el día de hoy, su mente tiene una barrera que no los deja entender. Cada vez que leen el antiguo pacto, esa barrera les sigue impidiendo entender la verdad. Solo Cristo puede quitarles esa barrera.

Así dicen las Escrituras: «El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente». El último Adán, Cristo, es el que nos da vida.

Por tanto, nadie será declarado justo delante de Dios por hacer lo que la Ley exige. Al contrario, mediante la Ley nos damos cuenta de que somos pecadores.

El Dios que da la paz levantó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, al gran Pastor de las ovejas. Por medio de su sangre, Dios estableció con nosotros un pacto eterno.

De la misma manera, tomó la copa después de la cena y dijo: ―El vino en esta copa representa la sangre que es derramada por ustedes. Con ella Dios hace un nuevo pacto.

De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: «Esta copa representa el nuevo pacto que Dios hace por medio de mi sangre. Cada vez que beban de ella, beban en memoria de mí».

―Todo maestro de la Ley que ha sido instruido acerca del reino de los cielos es como el dueño de una casa, que de lo que tiene guardado saca tesoros nuevos y viejos.

Porque Cristo murió para perdonar nuestros pecados una sola vez, y es suficiente. Él, que era justo, murió por nosotros, que éramos injustos. Así nos acercó a Dios. Él sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que volviera a la vida.

Si enseñas estas cosas a los creyentes, serás un buen servidor de Cristo Jesús. Serás un servidor que ha alimentado su mente con las verdades de la fe y de la buena enseñanza que paso a paso has seguido.

Aunque no lo merezco, Dios me dio un regalo como muestra de su amor y gran poder: me encargó anunciar esta buena noticia.

Si esto es así, ¿estará la Ley en contra de las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Si se nos hubiera dado una ley capaz de dar vida, entonces sí seríamos aceptados por Dios como justos por obedecer la Ley.

La Ley que Dios le entregó a Moisés fue escrita en piedra, y esa Ley nos condena a morir, pues nadie puede obedecerla. Ahora bien, el momento de la entrega de esa Ley fue tan glorioso que los israelitas no podían mirar la cara de Moisés. No podían mirarla porque su rostro brillaba intensamente a causa de la gloria de Dios. Pero ese brillo pronto iba a desaparecer.

En la iglesia Dios ha puesto, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros. Luego ha puesto los que hacen milagros; después los que tienen dones para sanar enfermos, los que ayudan a otros, los que administran y los que hablan en diferentes lenguas.

Después de todo, ¿qué es Apolos? ¿Y qué es Pablo? Nada más que servidores por medio de los cuales ustedes llegaron a creer. Cada uno de nosotros hizo lo que el Señor le ordenó hacer.

Desobedecer la Ley, en efecto, trae castigo. Pero, donde no hay Ley, tampoco hay culpable.

Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a quienes él quiere.

―Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos —les dijo—.

Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados.

Si fue tan gloriosa la entrega de una Ley que nos condena a muerte, ¡cuánto más gloriosa será la entrega del nuevo pacto que nos hace justos delante de Dios!

Así dicen las Escrituras: «Te he hecho padre de muchas naciones». Y Abraham le creyó, porque sabía que era el Dios que da vida a los muertos y llama las cosas que no son como si ya existieran.

Por medio de él, y en honor a su nombre, fuimos llamados a ser apóstoles, para convencer a todas las naciones de creer en él y obedecerle.

En esta carta les hablaremos acerca de aquel a quien llamamos el Verbo. Él ya existía desde antes de la creación del mundo y es quien nos da vida. Lo que les contamos acerca de él es todo lo que hemos oído y visto con nuestros propios ojos. Lo hemos visto y tocado con las manos.

Dios me encargó anunciar ese mensaje, y me eligió como apóstol y maestro.

que nos dio vida por medio de Cristo. Aun cuando estábamos muertos para Dios por causa de nuestros pecados, él nos dio vida. ¡No merecíamos este amor por el cual somos salvados!

Aunque yo no lo merecía, Dios me dio el trabajo de maestro constructor. Así que mi enseñanza fue como el fundamento, y otro vino a construir sobre él. Pero cada uno tenga cuidado de cómo construye la fe de los demás.

Para Dios ustedes estaban muertos, pues vivían haciendo el mal y pecando.

Todos pueden ver que ustedes son como una carta escrita por Cristo y enviada por medio de nosotros. Escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente. No fue escrita en piedra, sino en sus corazones.

¿Son servidores de Cristo? ¡Qué locura! Yo lo soy más que ellos. He trabajado mucho más que ellos, he sido encarcelado más veces. He recibido los azotes más crueles, he estado en peligro de muerte repetidas veces.

Al llamar «nuevo» a ese pacto, ha declarado anticuado al anterior; y lo que se vuelve viejo y anticuado está a punto de desaparecer.




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