«¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu arma?».
Sin embargo, desde los días de Adán hasta los días de Moisés, la muerte reinó. Incluso los que no desobedecieron ninguna ley específica murieron. Así le pasó a Adán, quien ya nos dejaba ver cómo sería aquel que había de venir.
No dejarás que mi vida termine en la tumba. No permitirás que el cuerpo de tu elegido se descomponga.
―¿Quién eres, Señor? —preguntó. ―Yo soy Jesús, a quien tú persigues —le contestó la voz—.
En el infierno, en medio de sus tormentos, el rico levantó los ojos y vio de lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.
Tenían cola y aguijón como de escorpión; y en la cola tenían poder para torturar a la gente durante cinco meses.
El arma de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la Ley.