Pero Dios le da a esa semilla el cuerpo que quiere. A cada clase de semilla le da un cuerpo propio.
Así que no cuenta ni el que siembra ni el que riega, sino solo Dios, quien es el que hace crecer.
No siembras la planta entera en tierra, sino que siembras una simple semilla de trigo o de otro grano.
No todos los cuerpos son iguales: hay cuerpos humanos; también los hay de animales terrestres, de aves y de peces.