Si no hay quien traduzca, que guarden silencio en la iglesia y cada uno hable para sí mismo y para Dios.
Si se habla en lenguas extrañas, que hablen dos —o cuando mucho tres—, cada uno por turno. Luego alguien traducirá lo que se dijo.
En cuanto a los profetas, que hablen dos o tres, y que los demás examinen con cuidado lo que ellos dicen de parte de Dios.
Pongan todo a prueba, y quédense con lo que es bueno,