Pues el que habla en una lengua que nadie más conoce no habla a los demás, sino a Dios. En realidad, nadie entiende lo que dice, pues por medio del Espíritu habla misterios.
Sin embargo, en la iglesia prefiero hablar cinco palabras que se entiendan. Pues, si me doy a entender, podré instruir a los demás. Eso es más útil que hablar diez mil palabras en lenguas extrañas.