»Aquel día pertenece al Señor, al Señor de los Ejércitos. Será un día de venganza; se vengará de sus enemigos. La espada devorará hasta saciarse; con sangre apagará su sed. En la tierra del norte, a orillas del río Éufrates, para el Señor, el Señor de los Ejércitos, se ofrecerá un sacrificio.
La espada del Señor está bañada en sangre, en la sangre de corderos y machos cabríos; cubierta está de grasa, de la grasa de los riñones de carneros. Porque el Señor celebra un sacrificio en Bosra y una gran matanza en tierra de Edom.
Luego, mandó a otros siervos y les ordenó: “Digan a los invitados que ya he preparado mi comida. Ya han matado mis toros y mis reses cebadas; todo está listo. Vengan al banquete de bodas”.
—Claro que sí. He venido a ofrecerle al Señor un sacrificio. Conságrense y vengan conmigo para tomar parte en él. Entonces Samuel consagró a Isaí y a sus hijos, y los invitó al sacrificio.
»Miren, ya viene el día, ardiente como un horno. Todos los soberbios y todos los malvados serán como paja; ese día les prenderá fuego hasta dejarlos sin raíz ni rama —dice el Señor de los Ejércitos—.
Y, cuando vengan a la casa para levantar los cadáveres y quemarlos, algún pariente preguntará a otro que ande en la casa: «¿Queda alguien más contigo?». Y aquel responderá: «No». Entonces dirá: «¡Silencio! No debemos invocar el nombre del Señor».
Truena la voz del Señor al frente de su ejército; son innumerables sus tropas y poderosos los que ejecutan su palabra. El día del Señor es grande y terrible. ¿Quién lo podrá resistir?
Entonces grité: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios impuros y mis ojos han visto al Rey, al Señor de los Ejércitos».
Ahora bien, sabemos que todo lo que dice la Ley, lo dice a quienes están sujetos a ella, para que todo el mundo se calle la boca y quede convicto delante de Dios.
»En aquel día —afirma el Señor y Dios—, las canciones del palacio se volverán lamentos. ¡Muchos serán los cadáveres tirados por todas partes! ¡Silencio!».