Di a la sabiduría: «Tú eres mi hermana», y a la inteligencia: «Eres de mi sangre».
¡Ah, si fueras mi propio hermano, criado a los pechos de mi madre! Al encontrarte en la calle podría besarte y nadie me despreciaría.
he de llamar “padre mío” a la corrupción y “madre” y “hermana” a los gusanos.
Llévalos atados en los dedos; anótalos en la tabla de tu corazón.
Ellas te librarán de la mujer ajena, de la adúltera y de sus palabras seductoras.