En efecto, la Ley no pudo liberarnos porque la carne anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en una condición semejante a la de los pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la carne,
»Aarón saldrá luego para purificar el altar que está delante del Señor. Tomará sangre del novillo y del macho cabrío y la untará sobre cada uno de los cuernos del altar,