Uno de los siete ángeles que tenían las siete copas se me acercó y me dijo: «Ven y te mostraré el castigo de la gran prostituta que está sentada sobre muchas aguas.
Tocó el séptimo ángel su trompeta y en el cielo resonaron fuertes voces que decían: «El reino del mundo ha pasado a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos».
»En los días de estos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido ni entregado a otro pueblo, sino que permanecerá para siempre y hará pedazos a todos estos reinos.
»Escuchen esto ustedes, los de la familia de Jacob, descendientes de Judá, que llevan el nombre de Israel; que juran en el nombre del Señor e invocan al Dios de Israel, pero no con lealtad ni justicia.
Se extenderán su soberanía y su paz y no tendrán fin. Gobernará sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y sostenerlo con justicia y rectitud desde ahora y para siempre. Esto lo llevará a cabo el celo del Señor de los Ejércitos.
En los últimos días, el monte del Templo del Señor será establecido como el más alto de los montes; se alzará por encima de las colinas y hacia él correrán todas las naciones.
Salomón gobernaba sobre todos los reinos desde el río Éufrates hasta la tierra de los filisteos y la frontera con Egipto. Mientras Salomón vivió, todos estos países fueron sus vasallos tributarios.
El rey Hiram de Tiro siempre había tenido buenas relaciones con David; así que al saber que Salomón había sido ungido para suceder en el trono a su padre David, le mandó una embajada.
Después de estos acontecimientos, el rey Asuero honró a Amán, hijo de Hamedata, el descendiente de Agag, ascendiéndolo a un puesto más alto que el de todos los demás nobles que estaban con él.