Cuando el Altísimo dio su herencia a las naciones, cuando dividió a toda la humanidad, estableció límites a los pueblos según el número de los hijos de Israel.
Si no vienes con nosotros, ¿cómo vamos a saber, tu pueblo y yo, que contamos con tu favor? ¿En qué seríamos diferentes de los demás pueblos de la tierra?
Entonces Amán dijo al rey Asuero: —Hay cierto pueblo disperso y separado entre los pueblos de todas las provincias del reino, cuyas leyes y costumbres son diferentes de las de todos los demás. ¡No obedecen las leyes del reino y a Su Majestad no le conviene tolerarlos!
De entre las mujeres de esos pueblos han tomado esposas para sí mismos y para sus hijos, mezclando así el linaje santo con la de los pueblos vecinos. Y los primeros en cometer tal infidelidad han sido los líderes y los oficiales».
Pero ustedes son descendencia escogida, sacerdocio regio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.
«Daré la orden de sacudir al pueblo de Israel entre todas las naciones, como se sacude el trigo en una zaranda, sin que caiga a tierra ni un solo grano.
Tú, Jacob, siervo mío, no temas, porque yo estoy contigo», afirma el Señor. «Aunque aniquile a todas las naciones por las que te he dispersado, a ti no te aniquilaré. Te corregiré con justicia, pero no te dejaré sin castigo».
»¡Levántense y ataquen a esta nación indolente que vive del todo confiada, nación que no tiene puertas ni cerrojos y que vive muy aislada!», afirma el Señor.
Pastorea con tu cayado a tu pueblo, al rebaño de tu propiedad, que habita solitario en el bosque, en medio de un campo fértil. Hazlo pastar en Basán y en Galaad como en los tiempos pasados.