Pero los fariseos y los maestros de la Ley que eran de la misma secta reclamaban a los discípulos de Jesús: —¿Por qué comen y beben ustedes con recaudadores de impuestos y pecadores?
Se produjo un gran alboroto y algunos de los maestros de la Ley que eran fariseos se pusieron de pie y protestaron. «No encontramos ningún delito en este hombre —dijeron—. ¿Acaso no podría haberle hablado un espíritu o un ángel?».
Un día, mientras enseñaba, estaban sentados allí algunos fariseos y maestros de la Ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea y Judea, y también de Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para sanar a los enfermos.
(En efecto, los fariseos y los demás judíos no comen nada sin primero cumplir con el rito de lavarse las manos, ya que están aferrados a la tradición de los líderes religiosos.
que dice: “¡Manténganse alejados! ¡No se me acerquen! ¡Soy demasiado sagrado para ustedes!”. Todo esto me fastidia como humo en la nariz; ¡es un fuego que arde todo el día!
El fariseo, puesto en pie y a solas, oraba: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni como ese recaudador de impuestos.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando y qué clase de mujer es: una pecadora».
Cuando los maestros de la Ley, que eran fariseos, vieron con quién comía, preguntaron a sus discípulos: —¿Por qué come con recaudadores de impuestos y con pecadores?