En la madrugada, vio que los discípulos hacían grandes esfuerzos para remar, pues tenían el viento en contra. Se acercó a ellos caminando sobre el lago e iba a pasarlos de largo.
En cuanto José vio a sus hermanos, los reconoció; pero fingiendo no conocerlos, les habló con rudeza: —Y ustedes, ¿de dónde vienen? —Venimos de Canaán, para comprar alimento —contestaron.
Dijo: —Por favor, señores, les ruego que pasen la noche en la casa de este servidor suyo. Allí podrán lavarse los pies y mañana al amanecer seguirán su camino. —No, gracias —respondieron ellos—. Pasaremos la noche en la plaza.