soltó al hombre que le pedían, el que por insurrección y homicidio había sido echado en la cárcel, y dejó que hicieran con Jesús lo que quisieran.
Rechazaron al Santo y Justo, y pidieron que se indultara a un asesino.
Como quería satisfacer a la multitud, Pilato soltó a Barrabás; a Jesús lo mandó azotar y lo entregó para que lo crucificaran.
—¡No, no sueltes a ese! ¡Suelta a Barrabás! —volvieron a gritar. Y Barrabás era un insurgente.
Pero ellos insistían: —Con sus enseñanzas agita al pueblo por toda Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí.
Y comenzaron la acusación con estas palabras: —Hemos descubierto a este hombre agitando a nuestra nación. Se opone al pago de impuestos al césar y afirma que él es el Cristo, un rey.
Entonces soltó a Barrabás; pero a Jesús lo mandó azotar y lo entregó para que lo crucificaran.
Pues bien, aquí tienen al rey que pidieron y que han escogido. Pero tengan en cuenta que es el Señor quien les ha dado ese rey.
Por fin Pilato decidió concederles su demanda:
Cuando se lo llevaban, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y le dieron la cruz para que la cargara detrás de Jesús.
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran y los soldados se lo llevaron.
—Quédate con el dinero —dijo el rey a Amán—, y haz con ese pueblo lo que mejor te parezca.