Y le lanzaban muchos otros insultos.
Muchas veces anduve de sinagoga en sinagoga castigándolos para obligarlos a blasfemar. Mi obsesión contra ellos me llevaba al extremo de perseguirlos incluso en ciudades del extranjero.
Y todo el que pronuncie alguna palabra contra el Hijo del hombre será perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón.
Los que pasaban meneaban la cabeza y blasfemaban contra él:
Algunos de los maestros de la Ley murmuraron entre ellos: «¡Este hombre blasfema!».