«Según tu palabra, Soberano Señor, ya puedes despedir a tu siervo en paz.
Entonces oí una voz del cielo que decía: «Escribe: Dichosos los que de ahora en adelante mueren en el Señor». «Sí —dice el Espíritu—, ellos descansarán de sus fatigosas tareas, pues sus obras los acompañan».
Tú, en cambio, te reunirás en paz con tus antepasados y te enterrarán cuando ya seas muy anciano.
Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor,
y le había revelado que no moriría sin antes ver al Cristo del Señor.
Observa a los que son íntegros y honestos: hay porvenir para quien busca la paz.
Entonces Israel dijo a José: —¡Ya me puedo morir! ¡Te he visto y aún estás con vida!
Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios:
Gritaban a gran voz: «¿Hasta cuándo, soberano Señor, santo y veraz, seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?».