Uno de ellos, al verse ya sano, regresó alabando a Dios a grandes voces.
—Creo, Señor —declaró el hombre. Y postrado lo adoró.
Después de esto Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: —Mira, ya has quedado sano. No vuelvas a pecar, no sea que te ocurra algo peor.
Al ver esto, la multitud se llenó de temor y glorificó a Dios por haber dado tal autoridad a los mortales.
Y el hombre se levantó, tomó su camilla enseguida y salió caminando a la vista de todos. Ellos se quedaron asombrados y comenzaron a alabar a Dios. —Jamás habíamos visto cosa igual —decían.