Y no pudieron contestarle nada.
Y ya no se atrevieron a hacerle más preguntas.
Como no podían hacer frente a la sabiduría ni al Espíritu con que hablaba Esteban,
pues yo mismo les daré tal elocuencia y sabiduría para responder que ningún adversario podrá resistirles ni contradecirles.
No pudieron atraparlo en lo que decía en público. Así que, admirados de su respuesta, se callaron.
Cuando razonó así, quedaron humillados todos sus adversarios, pero la gente estaba encantada de tantas maravillas que él hacía.
Nadie pudo responderle ni una sola palabra y desde ese día ninguno se atrevía a hacerle más preguntas.