—Si es pecador, no lo sé —respondió el hombre—. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.
El que cree en el Hijo de Dios acepta este testimonio. El que no cree a Dios lo hace pasar por mentiroso, por no haber creído el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo.
—¡Allí está lo sorprendente! —respondió el hombre—: que ustedes no sepan de dónde salió y que a mí me haya abierto los ojos.
—El que me sanó me dijo: “Recoge tu camilla y anda” —les respondió.
Por segunda vez llamaron los judíos al que había sido ciego y le dijeron: —¡Da gloria a Dios! A nosotros nos consta que ese hombre es pecador.
Pero ellos le insistieron: —¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?