Además, todo el que pronuncie el nombre del Señor al maldecir será condenado a muerte. Toda la asamblea lo apedreará. Sea extranjero o nativo, si pronuncia el Nombre al maldecir, será condenado a muerte.
Así que los judíos redoblaban sus esfuerzos para matarlo, pues no solo quebrantaba el sábado, sino que incluso decía que Dios era su propio Padre, con lo que él mismo se hacía igual a Dios.
Pero el profeta que se atreva a hablar en mi nombre y diga algo que yo no haya mandado a decir morirá. Lo mismo sucederá al profeta que hable en nombre de otros dioses».