—El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies —le contestó Jesús—; pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios, aunque no todos.
Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación.
»El encargado de soltar el macho cabrío en el desierto deberá lavarse la ropa y bañarse con agua. Solo después de hacer esto podrá volver al campamento.
No se trata más que de regulaciones externas relacionadas con alimentos, bebidas y diversas ceremonias de purificación, que son válidas solo hasta el tiempo señalado para reformarlo todo.
Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser —espíritu, alma y cuerpo—, irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
En aquellos días, en aquel tiempo, se buscará la iniquidad de Israel, pero ya no se encontrará. Buscarán los pecados de Judá, pero ya no se hallarán, porque yo perdonaré a los que deje como remanente», afirma el Señor.
»No me refiero a todos ustedes; yo sé a quiénes he escogido. Pero esto es para que se cumpla la Escritura: “El que comparte el pan conmigo, se ha vuelto contra mí”.