«El que cree en mí —clamó Jesús con voz fuerte—, cree no solo en mí, sino en el que me envió.
»Quien los recibe a ustedes me recibe a mí y quien me recibe a mí recibe al que me envió.
Les aseguro que el que recibe al que yo envío, me recibe a mí y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.
»Les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
—El que recibe en mi nombre a un niño como este me recibe a mí, y el que me recibe a mí no solo me recibe a mí, sino al que me envió.
Por medio de él ustedes creen en Dios, que lo resucitó y glorificó, de modo que su fe y su esperanza están puestas en Dios.
Por eso Jesús, que seguía enseñando en el Templo, exclamó: —¡Conque ustedes me conocen y saben de dónde vengo! No he venido por mi propia cuenta, sino que me envió uno que es digno de confianza. Ustedes no lo conocen,
Dicho esto, gritó con fuerza: —¡Lázaro, sal fuera!
¿Acaso no está llamando la sabiduría? ¿No está elevando su voz la inteligencia?
Clama la sabiduría en las calles; en los lugares públicos levanta su voz.
Jesús dijo: —¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible.