¡Ojalá tuviera yo en el desierto una posada junto al camino! Abandonaría a mi pueblo y me alejaría de ellos. Porque todos ellos son adúlteros, son una banda de traidores.
La tierra está llena de adúlteros, por causa de la maldición está de luto y los pastos del desierto se han secado. Los profetas corren tras la maldad, y usan su poder para la injusticia.
¡Todos ellos son adúlteros! Parecen un horno encendido cuyo fuego no hace falta atizar desde que el panadero prepara la harina hasta que la masa fermenta.
Tú, Señor, eres justo cuando argumento contigo. Sin embargo, quisiera exponerte algunas cuestiones de justicia. ¿Por qué prosperan los malvados? ¿Por qué viven tranquilos los traidores?
Judá ha sido infiel. En Israel y en Jerusalén se ha cometido algo detestable: al casarse con mujeres que adoran a un dios extraño, Judá ha profanado el santuario que el Señor ama.
Y todavía preguntan: «¿Por qué?». Pues porque el Señor actúa como testigo entre tú y la esposa de tu juventud, a la que traicionaste aunque es tu compañera, la esposa de tu pacto.
«Recorran las calles de Jerusalén, observen con cuidado, busquen por las plazas. Si encuentran una sola persona que practique la justicia y busque la verdad, yo perdonaré a esta ciudad.