Y le dijo al rey: —Así dice el Señor: “Has dejado en libertad a un hombre que yo había condenado a muerte. Por lo tanto, pagarás su vida con la tuya y su pueblo con el tuyo”.
Así que ve y ataca a los amalecitas ahora mismo. Destruye por completo todo lo que les pertenezca; no les tengas compasión. Mátalos a todos, hombres y mujeres, niños y recién nacidos, toros y ovejas, camellos y asnos”».
“Maldice a Meroz —dijo el ángel del Señor—. Maldice a sus habitantes con dureza, porque no vinieron en ayuda del Señor, en ayuda del Señor y de sus valientes”.
Ante eso, el hombre de Dios se enojó y dijo: —Debiste haber golpeado el suelo cinco o seis veces; entonces habrías derrotado a los arameos hasta acabar con ellos. Pero ahora los derrotarás solo tres veces.
Además de perdonarle la vida al rey Agag, Saúl y su ejército preservaron las mejores ovejas y vacas, los terneros más gordos y, en fin, todo lo que era de valor. Nada de esto quisieron destruir; solo destruyeron lo que era inútil y lo que no servía.
El Señor ha abierto su arsenal, y ha sacado las armas de su ira; el Señor, Señor de los Ejércitos, tiene una tarea que cumplir en el país de los babilonios
Cuando pasaba el rey, el profeta le gritó: —Este servidor suyo entró en lo más reñido de la batalla. Allí alguien se me presentó con un prisionero y me dijo: “Hazte cargo de este hombre. Si se te escapa, pagarás su vida con la tuya o con un talento de plata”.
Mientras este servidor suyo estaba ocupado en otras cosas, el hombre se escapó. —¡Esa es tu sentencia! —respondió el rey de Israel—. Tú mismo has tomado la decisión.
¡Que nadie se detenga! Persigan a los enemigos y atáquenlos por la retaguardia. No les permitan llegar a sus ciudades. ¡El Señor, Dios de ustedes, ya se los ha entregado!».