«Tú les dirás: “Así dice el Señor de los Ejércitos, el Dios de Israel: ‘Beban, emborráchense, vomiten y caigan para no levantarse más, por causa de la espada que estoy por mandar contra ustedes’ ”.
»Enviaré contra ellos cuatro clases de calamidades —afirma el Señor—, la espada para matar, los perros para destrozar, las aves del cielo para devorar y las bestias de la tierra para destruir.
¿Hasta cuándo estará seca la tierra, y marchita la hierba de todos los campos? Los animales y las aves se mueren por la maldad de los que habitan el país, quienes se atreven a decir: «Dios no verá nuestro fin».
¿Puede acaso gloriarse el hacha más que el que la maneja o jactarse la sierra contra quien la usa? ¡Como si pudiera el bastón manejar a quien lo tiene en la mano o la frágil vara pudiera levantar a quien pesa más que la madera!
Abner gritó a Joab: —¿Vamos a dejar que siga esta matanza? ¿No te das cuenta de que esto solo traerá amargura? ¿Qué esperas para ordenarles a tus soldados que dejen de perseguir a sus hermanos?
Las tres compañías tocaron las trompetas e hicieron pedazos los cántaros. Tomaron las antorchas en la mano izquierda y, sosteniendo en la mano derecha las trompetas que iban a tocar, gritaron: «¡Desenvainen sus espadas, por el Señor y por Gedeón!».
»¡Despierta, espada, contra mi pastor, contra mi compañero!», afirma el Señor de los Ejércitos. «Hiere al pastor para que se dispersen las ovejas y vuelva yo mi mano contra los pequeños.