»¡Huyan a un lugar seguro, benjamitas! ¡Huyan de Jerusalén! ¡Toquen la trompeta en Tecoa! ¡Levanten señal en Bet Haqueren! Porque una desgracia, una gran destrucción, nos amenaza desde el norte.
¡Qué angustia, qué angustia! ¡Me retuerzo de dolor! Mi corazón se agita. ¡Ay, corazón mío! ¡No puedo callarme! Puedo escuchar el toque de trompeta y el grito de guerra.
Entonces él envió contra ellos al rey de los babilonios, quien dentro del mismo Templo mató con su espada a los jóvenes; no tuvo compasión de jóvenes ni de doncellas, ni de adultos ni de ancianos. A todos se los entregó Dios en sus manos.
Por eso, a comienzos del año el rey Nabucodonosor mandó que lo llevaran a Babilonia, junto con los utensilios más valiosos del Templo del Señor e hizo reinar sobre Judá y Jerusalén a Sedequías, pariente de Joaquín.
Sin embargo, el rey de Egipto lo quitó del trono para que no reinara en Jerusalén y le impuso al país un tributo de cien talentos de plata y un talento de oro.
Jeremías compuso un lamento por la muerte de Josías; además, hasta este día todos los cantores y las cantoras aluden a Josías en sus cantos fúnebres. Estos cantos, que se han vuelto una tradición en Israel, forman parte de las Lamentaciones.