»”En aquel día”, afirma el Señor de los Ejércitos, “quebraré el yugo que mi pueblo lleva sobre el cuello, romperé sus ataduras, y ya no serán esclavos de extranjeros.
Los árboles del campo darán su fruto, la tierra entregará sus cosechas y ellas vivirán seguras en su propia tierra. Y, cuando yo haga pedazos su yugo y las libere de sus tiranos, entonces sabrán que yo soy el Señor.
Ciertamente tú has quebrado, como en la derrota de Madián, el yugo que los oprimía, la barra que pesaba sobre sus hombros, el bastón de mando que los subyugaba.
Todas las naciones le servirán a él, a su hijo y a su nieto, hasta que también a su país le llegue la hora y sea sometido por numerosas naciones y grandes reyes.
«Desde hace mucho quebraste el yugo; te quitaste las ataduras y dijiste: “¡No quiero servirte!”. Sobre toda colina alta y bajo todo árbol frondoso, te entregaste a la prostitución.
También haré que vuelvan a este lugar Jeconías, hijo de Joacim y rey de Judá, y todos los que fueron deportados de Judá a Babilonia. ¡Voy a quebrar el yugo del rey de Babilonia! Yo, el Señor, lo afirmo”.
Cuando yo haga pedazos el yugo de Egipto, el día se oscurecerá en Tafnes. Así llegará a su fin el orgullo de su fuerza. Quedará cubierto de nubes y sus hijas irán al cautiverio.
En verdad, el Señor tendrá compasión de Jacob y elegirá de nuevo a Israel. Los asentará en su propio lugar. Los extranjeros se juntarán con ellos y se unirán a los descendientes de Jacob.